martes, 8 de mayo de 2012

Ahora que se acerca el 12M

El aniversario de los movimientos de indignación en España ha de corresponder con un ejercicio de autocrítica tanto de los simpatizantes de estos movimientos como de las principales fuerzas progresistas, condenados a entenderse en una época en las que las condiciones objetivas para un cambio social son tan evidentes.

El 12 de mayo supondrá la vuelta a las calles de un gran número de personas. Esta vez, a diferencia de hace un año, las movilizaciones se extenderán a ciudades de todo el mundo. Habida cuenta de la época que estamos viviendo, hay que valorar positivamente cualquier movimiento crítico hacia el neoliberalismo, aunque también es cierto que los movimientos de indignación no pueden dejar pasar la oportunidad de reflexionar sobre su presente y su futuro.

En una primera etapa, el 15M supuso el despertar de una parte de la población que hasta aquellos momentos había estado aletargada. La sociedad del consumo, el Estado del Bienestar, los medios de comunicación, habían actuado hasta entonces como narcóticos para una ciudadanía que peligrosamente se había desvinculado de la realidad política del país. El pan y circo era, en aquellos momentos, más efectivo que nunca. El lenguaje se había pervertido. Lo políticamente correcto se había convertido en el más perfecto ejercicio de censura, la autocensura. Términos como "izquierda" habían sido apropiados por los partidos de la Tercera Vía europea; los trabajadores de oficina ya no decían sentirse obreros; la lucha de clases, se hacía convertido en un tabú que evocaba a conceptos políticos decimonónicos. Todo concepto tenía inexorablemente que pasar por el tamiz del pensamiento único.

Sin embargo, la crisis de 2008 fue instrumentalizada para justificar el desmontaje del Estado del Bienestar, la desaparición del crédito fácil dificultó el consumo y las nuevas tecnologías de difusión a través de Internet ensombrecían la capacidad de adoctrinamiento de los medios de comunicación. La sociedad, desclasada casi en su totalidad, comenzaba a despertar, a preguntar por los culpables de la situación. La población había pasado del limbo de la clase media al infierno de la lucha de clases. Una lucha que siempre había estado ahí, que pasaba entonces una nueva etapa de mayor agresividad.

Del inmovilismo se pasó a las manifestaciones, a las acampadas, a las asambleas. En ese primer momento la consigna en la cabeza de muchos bien podría ser realizar demostraciones de disconformidad con la nueva situación tan hostil. Aún era pronto para hablar de lucha de clases, de izquierdas, de derechas, de burgueses o proletarios. Simplemente, el pueblo tomó la decisión de salir a las calles y había que estar ahí.

Qué duda cabe de que la consigna de mantener una actitud apartidista en las asambleas fue un acierto. No olvidemos que la sociedad española, sumida en el bipartidismo, adolecía -y aún adolece- de una incultura política consecuencia del bombardeo mediático según el cual sólo tiene sentido apoyar a quien tiene posibilidades de vencer. La cultura del voto útil que tanto daño ha hecho -y sigue haciendo- a esta forma imperfecta de democracia. De ahí, bajo la restricción de no hablar de política partidista, la consigna fue la indignación. Término propuesto por Stéphane Hessel en su libro ¡Indignaos! que, por entonces, el establishment mediático no había puesto en la lista negra de lo políticamente incorrecto.

Fruto de la mencionada incultura política que adolecía la sociedad, el único camino posible para asegurar el éxito de las asambleas era compartir conocimientos, explicar del modo más sencillo -y en ocasiones excesivamente aséptico- las contradicciones del sistema capitalista para que los asistentes fueran tomando conciencia de clase. Por supuesto, las asambleas abiertas corrían el peligro de infiltraciones de todo tipo de gente que deseaba instrumentalizarlas para su particular beneficio. Numerosos simpatizantes del Partido Popular que tomaron las calles el 15 de mayo de 2011, no estarán presentes el próximo 12, puesto que encontraron en aquella fecha la oportunidad perfecta para desgastar aún más al Partido Socialista con vistas a las elecciones del 22 de mayo de aquel mismo año. También se reconocen intentos de infiltraciones de grupos anarcocapitalistas, otros de tintes fascistas, sectas como Zeitgeist, e incluso de personas próximas al Opus Dei[1].

Cualquier movimiento social sufre el peligro de ser absorbido por el enemigo a combatir. Sin embargo, no cabe duda que la gran mayoría de los ciudadanos que deciden apoyar al movimiento 15M lo hacen porque desean que las cosas cambien. Ahora bien, no podemos esperar de inicio que se den las condiciones para un cambio global. Si a aquellas personas sentadas en las plazas durante junio del año pasado les hablamos de Marx o Lenin, simplemente salen huyendo. Hay que insistir en recordad que el discurso clásico de la izquierda ha sido destruido por el establishment. Y ahí el error de muchos ortodoxos de la izquierda. ¿Se esperaban que hablando de revolución los indignados concentrados en las plazas iban a realizar espontáneamente la toma de la Bastilla?

Ahora es el momento de estar ahí, escuchar los discursos de los movimientos de indignación, participar activamente -puesto que no dejan de ser movimiento asamblearios-, velar para que no sean apropiados por gropúsculos que pudieran tergiversar las condiciones para una revolución de clase. Hay quien acusó al movimiento 15M de fomentar una revolución naranja[2], es decir, una pseudorevolución controlada que tan sólo sirva para aliviar la presión del descontento social para, finalmente, no llevar a nada. No obstante, también hay que recordar la existencia de múltiples plataformas de izquierda anteriores a mayo de 2011 que han sabido integrarse en los movimientos de indignación, dotándolos de la necesaria base didáctica para mantener claro el objetivo de lucha por la justicia social.

Otro elemento a tener en cuenta es el resurgir de los partidos filofascistas en toda Europa. Los recientes casos de Grecia y Francia son un claro ejemplo del ascenso de estas ideologías que insultan a la inteligencia del ciudadano a base de adoctrinarlo con argumentos simplistas como la tradición, la patria o la raza. Desgraciadamente, una población oprimida por la desprotección social, desencantada con las políticas del bipartidismo clásico corre peligro de canalizar su natural frustración hacia estos partidos. La Europa de los años 30 del siglo pasado nos enseñaron bien la lección al respecto. La existencia de movimientos sociales alternativos como el 15M ha de actuar de cortafuegos contra las tendencias populistas.

El movimiento 15M se enfrenta a una nueva etapa de su existencia: un año de asambleas, reuniones,  movilizaciones, supone una experiencia que ha de servir para algo. El objetivo ha de ser el despertar de la conciencia de clase. El camino, a pesar de las críticas, se está recorriendo. El inicial discurso de "no nos representan", que culpabilizaba a los políticos de todos los problemas, ha evolucionado hasta señalar a la banca y las grandes corporaciones como el gran problema. Ya se habla de una distinción clara entre "los de arriba" y "los de abajo". De ahí a hablar de burguesía y proletariado hay sólo un paso.

Por todo lo aquí expuesto, merece la pena renovar el voto de confianza hacia el movimiento 15M. Las agresivas políticas de recortes del actual Gobierno sólo servirán para multiplicar las condiciones objetivas para una revolución de clase. Recordemos que gran parte de los impulsores de los movimientos de indignación han sido gente de las llamadas clases medias y media-altas, con empleo estable, que ven peligrar su estatus. Es cuestión de tiempo de que comiencen a darse las causas subjetivas para que una ruptura con el sistema actual sea posible.


[1] "¿Quién destruye la lucha del 15 M?". Kaos En La Red, 7 de mayo de 2012.
[2] "¿15m y revolución naranja?". 15 de enero de 2012.

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